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sábado, 12 de febrero de 2011

El castigo de Jicotea

Original de YulkyCary.


Jicotea, no tiene cintura,
Jicotea, no pue bailar,
Jicotea, se demora muchísimo pero que muchísimo tiempo pa’ caminar, porque Jico, no era así.

Al principio de la creación Jicotea era gozadora, de cintura chiquita, patas ligeras.

Sí, así era Jicotea. Esa Jico que usted ve ahora no era como usted la ve, porque “quien crea obstáculos con ellos tropieza”.

Sucedió un día que Shangó, “Señor de los siete rayos” junto a su preciosa esposa “Ochún Yeyé Cary,” la dueña de los ríos decidieron poner atención a los reclamos de los animales del monte porque mucho se quejaban de que Jicotea era abusadora.

De todo tenía, nada compartía. “Como lo que alguien encontró, es porque otro, lo perdió”. Al Rey de Reyes le asaltó la duda ¿De dónde sacaba Jicotea, todo lo que lucía si nunca trabajando se le veía? Escuchándosele durante el día solo el rezongar de su molestosa letanía:

Ya bebí, ya comí,
¡Comió el monte!
¡Que Viva la Rumbantelaaaa!

A toda voz se quejaba la jutía. Se le igualaba en su protesta la Iguana. Pateaba con sus cien patas enfurecido el ciempiés, mientras el Alacrán amenazaba a todos los vientos con su aguijón sí no sé le encontraba una solución al problema.

Por lo que Shangó determinó;¡Todos al claro del monte!

Se presentó el mono, sin hacer ni una monería, hacía tres días que Ikoké, el mono no comía, de los platanales habían desaparecido todos los platanillos. Rastreando los alrededores Ikoké, el mono encontró las huellas de Jicotea.

Escuchándose a lo lejos el rezongar de su molestosa letanía.

Ya bebí, ya comí.
¡Comió el monte!
¡Que Viva la Rumbantelaaa!

Ikoké, el mono emplazó al Rey: “Cabeza no tiene que ser grande, pero la capacidad sí”. -Haga algo su mercé...

La Prodigiosa Gallina de Guinea, que tiene el cuello pelao, se arrancaba desesperada las pocas plumas que le quedaban, ni pollitos, ni huevos. Según los ponía, desaparecían.

Mientras por doquier se reproducían las huellas de las chancletas de Jicotea. Escuchándose a lo lejos el rezongar de su molestosa letanía:

Ya bebí, ya comí.
¡Comió el monte!
¡Que Viva la Rumbantelaaa!

“Una chispita hoy, otra mañana, hacen arder la pradera”. ¡Con el fuego no se juega!
-Haga algo su merced. Demandaba la gallina de guinea.

El ganso malhumorado, increpo: -Un buen gobernante escucha a su pueblo. “Carreta no va delante de los bueyes” por lo que Shangó ordenó:
-Antes de que cante el gallo, Jicotea debe presentarse en el claro del monte.
Así el conejo, el pato, el sijú platanero, las ranas, los sapos, los chivos, muchos más fueron agrupándose con la esperanza de: “No hay mal que dure cien años...”

Pero todos, todos, toditos, se quedaron en eso, se quedaron esperando. Porque llegó el mensajero de Shangó, sin Jicotea y diciendo:
-La busque, no la encontré. Estaban sus huellas por aquí y por allá, pero Jicotea, no ta’. Visiblemente contrariados todos guardaron silencio, mirándose unos a otros.

Imponiéndose la aguda vocecita de la lombriz de tierra. -Jicotea a Shangó lo dejó plantao junto a su mujer, la dueña del río. ¡Esto es cosa sería!¡Sálvese quien pueda!

¡Relámpagos! ¡Carió Sile! ¡Shangó tá’ tronando! ¡Shangóó tá bravooo! ¡Shangó tá cabrón!

La molestia del Rey se imponía. Todos corrían despavoridos a resguardarse de los fulminantes rayos. Tembló medio mundo.

Se desbordó el río, arrastrándolo todo. Sin dañar a ninguno. Solo Jicotea perdió lo que había acaparado. Perdió lo que no era suyo.

Las aguas del río, devolvían las pertenencias a sus verdaderos dueños. Jicotea salió de su escondite suplicando, pidiendo perdón a Shangó. Solicitando la clemencia de Ochún. ¡Las aguas levantaban su casa cual raíz que pierde la tierra! Jicotea trato de retener su morada, dándole tal tirón… que la casa estrepitosamente le cayó encima.

Para salvar la vida, sacó la cabeza por la puerta de la calle, por las ventanas laterales una y otra mano, por las puertas traseras, libero ambas patas.

No se pudo parar. Las aguas del río, los truenos de Shangó le impidieron levantarse. Quedándose así hasta siempre.

Ahora se le ve, con su casa-carapazón a la espalda, como piedra que se mueve. Lenta, paso a pasito, sin decir palabras: Ese es el castigo de Jicotea. ¡¿Ya usted sabe por qué?!

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